Entre las músicas, una niña de cercanías camina deslizando su vestido. La luna, casi seca y rota, corroe la luz y crea sombras ensimismadas que juegan. Ella se pierde en las cortinas con los cachorros diáfanos del parquét, en un juego extraño de vicisitudes combinadas y operadas de otros modos, azulejos y plazas milimétricas sienten su paso.
Con su séquito de números grabados, derivados del cían, sonríe burlonamente en un quehacer único, misterioso como sus paseos de jaula en jaula, la solución de un siempre, de un eterno que se asombra con los colores vivos de seres sin pelaje. Sus detenciones son la onomatopeya mágica de la linea fronteriza para ajenos silencios, el palpitar de un cascabel feliz que construyó el pasillo.
Sus consultas imaginan y viven señales para ciegos. Absolutas las filas que imagina, dejando absortas a las presencias divinas de piedra o las cajas autoritarias de cartón.
A la noche aún juega en brincos inevitables de tiempo que no la conciernen, como uno de esos gatitos dorados que se ofertan en las calles chinas y a los que le mueves la pata y nunca se detienen, mecanismo demente del péndulo. Extraño mucho cuando todo era así, cuando parques sin milenio no sentían su paso al igual que las mañas tierna de un volantín.
3 comentarios:
èpor qué extrañás??Yo no lo hago trato de vivir a diario.
Besos de miel
Perdón no e --¿
es lo que me olvidé
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