Nunca hubo aviso, simplemente sucedió como una hoja seca que cae del árbol y reposa, bella y frágil, sobre el césped. Aquel suceso tornó en sentimiento e intensificó, arremetiéndonos y arrinconándonos aunque no reconozcamos paredes, ni encuentros geométricos entre ellas. Nuestro amor no es un nexo cósmico, una afinidad eterna, o la pasión del secreto, es nuestro ámbito común, todo espacio que nos rodee, todo suelo en el cual se posan nuestras zuelas.
Hace mucho que vencimos al tiempo en el ajedrez de horarios, en ese juego de mesa somos ficha blanca y ficha negra, tablero y mano. Juntos el día no es más que un segundo, más que un fragmento mínimo de compañía pero abarca nuestro existir desde la primera palabra de nuestro cuento hasta hoy.
¿Me pregunto si alguna vez alguien más ha vivido en una fotografía o en un libro? Congelado, pero no quieto, ahogado por la pasión estática del dinamismo, como ella frente a una carta de amor, como la paradoja de los gemelos y el espacio. Muchos piden coherencia y final, comienzo y trama, argumento y tecnicismos, mientras nosotros, abrazados al borde de una mesa y una lámpara, avanzamos sin secuencia, sin hacer bulla, sin el conteo inevitable de los días, alarmados por el 23 de cada mes pues es un día fuera del almanaque, considerado solamente en los años trisiestos. Créannos. Así envejecemos lentamente, uno al lado del otro, existiendo tan sólo en Enero y Agosto. En las afueras la fauna mágica nos sigue pues son conocedores del don de mi amada.
Por lo tanto somos lo desconocido, la tercera cara de una hoja de papel. Es tan fuerte mi hábito por su cuento, por nuestro cuento, justamente el cuento, ese que se crea gracias al cierre de su palma, las líneas delgadas de sus labios cual renglón. Justamente ese cuento. Es tan difícil cerrar su libro, nuestro libro, la portada me mira deseosa, el prólogo asfalta una senda, facilita la felicidad. Es tan difícil cerrar su libro, evitar repetir las frases, recordar que hice o que dijiste, olvidar su mirada. Imagina a tu autor preferido en tu lecho, un hilo vivo llenando una pluma, tomar café, departir, volver a tomar café, silenciar la bulla externa.
Papel de liar igual convergencia.
Hace mucho que vencimos al tiempo en el ajedrez de horarios, en ese juego de mesa somos ficha blanca y ficha negra, tablero y mano. Juntos el día no es más que un segundo, más que un fragmento mínimo de compañía pero abarca nuestro existir desde la primera palabra de nuestro cuento hasta hoy.
¿Me pregunto si alguna vez alguien más ha vivido en una fotografía o en un libro? Congelado, pero no quieto, ahogado por la pasión estática del dinamismo, como ella frente a una carta de amor, como la paradoja de los gemelos y el espacio. Muchos piden coherencia y final, comienzo y trama, argumento y tecnicismos, mientras nosotros, abrazados al borde de una mesa y una lámpara, avanzamos sin secuencia, sin hacer bulla, sin el conteo inevitable de los días, alarmados por el 23 de cada mes pues es un día fuera del almanaque, considerado solamente en los años trisiestos. Créannos. Así envejecemos lentamente, uno al lado del otro, existiendo tan sólo en Enero y Agosto. En las afueras la fauna mágica nos sigue pues son conocedores del don de mi amada.
Por lo tanto somos lo desconocido, la tercera cara de una hoja de papel. Es tan fuerte mi hábito por su cuento, por nuestro cuento, justamente el cuento, ese que se crea gracias al cierre de su palma, las líneas delgadas de sus labios cual renglón. Justamente ese cuento. Es tan difícil cerrar su libro, nuestro libro, la portada me mira deseosa, el prólogo asfalta una senda, facilita la felicidad. Es tan difícil cerrar su libro, evitar repetir las frases, recordar que hice o que dijiste, olvidar su mirada. Imagina a tu autor preferido en tu lecho, un hilo vivo llenando una pluma, tomar café, departir, volver a tomar café, silenciar la bulla externa.
Papel de liar igual convergencia.