miércoles, 24 de octubre de 2007

Saenz Alvarez


Entro a un cuarto jugando con el vino clásico de una fuerza inminente que destroza 2 zonas de guerra, veteranas socorristas de una tienda exitosa. En el valor de sus ocasos, que nunca permanecen para admirarlos, se presiente la calamidad de una decepción llorosa que zozobra en la felicidad de liar y en la capacidad de este espacio.


Mas es de aquí que parto a otros espacios con niveles desérticos y niveles sobrepoblados con necesidad de más y más, pues de eso depende la supervivencia y el alumbramiento de nuevos cajones con color de pastilla, no existe bacteria combatiente pero ahí están los remedios guiados por foráneas presencias, esperando la caída, la invención del algo antiguo. Y es en los brillos de la piel descubierta, sobre la ventana con cráneo que hoy se expone al sol, en la historia derivada de una cicatriz frontal, donde se tallan los pesebres para los temas de columnas, aires, escaleras, escaparatismo.Malditas boas decoran ventanas y puertas gigantes con flores creadas por otras boas, nacidas en seco estanque.


La primera habitación cual punto inicial calibra el flujo de rostros finados en lo que continua siendo un arcaico trueque, la evolución de lo mismo, la involución de lo casi imaginado, la devolución de lo mismo. La segunda habitación, espacio reciente y fresco donde todo el mundo es callado, miss callado, vivo en callado, no encallado, es el punto donde intervine con adhesiva frecuencia, con frecuencia de taxi blanco que es un bus, por eso te acompaño caminando al callado.

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